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Dominique Blanc - MIGUEL DELIBES ENTRE LO LOCAL Y LO UNIVERSAL 
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Congreso Internacional

Valladolid

16-18 de octubre de 2007









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[Panel de ponencias : "Las traducciones de la obra de Delibes"
Dominique Blanc (Francia), Kriton Illiopoulos (Grecia)
Inci Kut (Turquia) - Moderador : Ramon Garcia Dominguez]

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Dominique BLANC

TRADUCCION Y RECEPCION DE MIGUEL DELIBES EN FRANCIA

[Texto de la ponencia tal como fue leida el 18 de octubre de 2007.
El texto completo se publicarà en el libro de las Actas]
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Hoy, en Francia, Miguel Delibes es considerado como uno de los clásicos de la literatura española del siglo XX pero aunque bien conocida y estudiada en los círculos de hispanistas franceses, su obra fue ausente de las librerías por falta de traducciones durante casi treinta años. Sus novelas fueron traducidas en dos etapas. La primera la debemos a Juan Goytisolo, joven escritor exiliado, y a Maurice-Edgar Coindreau, gran traductor de la literatura norteamericana pero también profesor de literatura española y gran descubridor de nuevos talentos. Apoyados por la prestigiosa editorial francesa Gallimard, ambos escritores decidieron manifestar que, casi veinte años después de la Guerra Civil, existía una joven literatura española en España, una literatura del interior y no solamente una literatura del exilio como pensaban la mayoría de los intelectuales y el público francés. Existían y escribían Cela, Delibes, Matute, Sánchez Ferlosio, Fernández Santos… Goytisolo contactó y contrató una decena de escritores y la editorial Gallimard publicó en los años sesenta una veintena de traducciones, entre las cuales la de Mi idolatrado hijo Sisí en 1958, El camino en 1959 y La hoja roja en 1962. Las novelas en francés encontraron un eco favorable en la prensa y en los círculos literarios. En julio y agosto de 1959, invitado por el Congreso para la Libertad de la Cultura, Miguel Delibes viajó por primera vez a Paris donde se reunió con sus editores y traductores. He explicado todo esto con más detalles en mi contribución al volumen "Miguel Delibes. Mi mundo y el mundo" publicado por la Fundación Instituto Castellano y Leonés de la Lengua en 2003. He explicado también porque ese encuentro con la joven literatura española de posguerra no se repitió y no fue seguido por el éxito comercial correspondiente. Aquí puedo mencionar una vez más la competencia del naciente boom hispanoamericano y dejar otra vez la palabra al mismo Juan Goytisolo quien fustigó la pereza intelectual de los franceses: "La atención prestada a España por las editoriales francesas ha sido casi siempre mezquina, desenfocada e intermitente. Fuera del caso especial de García Lorca, glorificado ab initio con el lanzamiento de sus obras completas, ni los autores más representativos del Noventa y Ocho ni de las generaciones sucesivas de antes y después de la guerra habían alcanzado en los años cincuenta una mediana difusión ni eran objeto de una traducción selectiva y correcta". Por supuesto los círculos hispanistas franceses seguían leyendo y estudiando las novelas españolas, las antiguas y también las más recientes. Pero, por supuesto, los hispanistas no necesitan traducciones. Las consecuencias pueden ser extrañas. Rosa Chacel, por ejemplo, alabada en varias historias de la literatura española en francés como "personalidad mítica entre los novelistas del exilio", murió sin poder leer traducciones de sus obras al francés, excepto una versión francesa de "Memoria de Leticia Valle" pronto olvidada.

Afortunadamente, la recepción de la obra de Miguel Delibes en Francia conoció una segunda etapa, que curiosamente empezó con el cine. Galardonada en el Festival de Cannes en 1984, la película Los santos inocentes, rodada en 1983 por Mario Camus despertó el interés del público francés quién la pudo admirar el año siguiente. El autor de la novela fue alabado como "uno de los grandes escritores españoles del siglo" y el 6 de diciembre de 1985, en París, el ministro de cultura francés, Jack Lang, le nombró Chevalier de l’Ordre des Arts et des Lettres de la República Francesa pero la obra fue traducida solamente en 1992. Entretanto, el triunfo, en España, de la versión teatral de Cinco horas con Mario motivó la traducción al francés de la novela por la editorial La Découverte. De esta traducción, bien acogida por la prensa gala pero que en mi opinión no entraba ni en la lengua ni en el tono de la novela original, no diré nada teniendo en cuanta que mi propia traducción de la obra tendrá derecho a salir, por fin, en 2008.

Todo empezó verdaderamente cuando la editorial Verdier creó la colección "Otra memoria" para recuperar textos indisponibles y grandes autores olvidados, ofreciendo traducciones inéditas o traducciones nuevas de las obras ya publicadas a un nuevo público francés. De Miguel Delibes, escritor "clásico" conocido en Francia pero no leído en francés, se publicó en los años noventa la Trilogía del campo con excelentes traducciones de Rudy Chaulet. Los críticos y la prensa comentaron en términos muy favorables las versiones francesas de Las ratas (1990), Los santos inocentes (1992) y El camino (1994). Claude Couffon nombró a Delibes "Jefe del ‘realismo social’ propio de los novelistas contestatarios de la época franquista". Escribe: "A veces ha sido considerado como demasiado clásico por parte de la literatura actual que quiere ser a todo coste innovadora… Aficionado a su Castilla natal, Miguel Delibes hizo de ella el escenario de todas sus novelas, muy famosas en España. Su visión es una visión tradicional del país pero también una visión crítica, la cual se desarrolla a través de una obra abundante que exalta la vida natural y se presenta como profundamente ecológica". Ese mismo año 1994, cuando se publicó la traducción al francés de El camino, Miguel Delibes fue galardonado con el Premio Cervantes y se estrenó en París la versión teatral de Las guerras de nuestros antepasados traducida por Albert Bensoussan. En noviembre, Miguel Delibes viajó a la capital francesa con motivo del estreno de la obra en el Théâtre de Nesle. Fue entrevistado por varios periodistas sobre su obra pero también sobre su vida. Se habló más bien del director de El Norte de Castilla. Incluso La Croix, periódico católico liberal le llamó "Gran Personalidad de la Democracia" en un artículo titulado: "España: los combates de Miguel Delibes". Casi veinte años después de la muerte de Franco, los franceses descubrían otras formas de resistencia contra la dictadura.

Afortunadamente, los nuevos lectores franceses no se conforman con una lectura directamente social o política de la obra del escritor vallisoletano. El comentario del periodista, escritor y ahora académico Pierre Lepape, en el gran periódico francés Le Monde, a propósito de la traducción de Las ratas en 1990 me parece muy interesante. El artículo se titula: "Castilla inmóvil" y Lepape escribe: "En este principio de los años 60 la memoria de la guerra civil es menos ardiente; y, si la modernidad llama a las fronteras de España, si los primeros turistas acuden hacia orillas soleadas, Castilla, ella, sigue sumergida en un letargo milenario (…) Miguel Delibes hubiese podido recurrir a la novela social, al fresco campesino, a la espesa y densa pasta de la escritura realista. Al testimonio crudo, prefirió la poesía, la transparencia, la crueldad desnuda, una escritura sobria que escoge la palabra justa y busca siempre el nombre preciso, de una planta, de un ave, de un animal. De esta precisión, de esta sencillez inquietante nace un sentimiento de magia". He hablado de los inconvenientes de este desfase, esta diferencia importante entre la publicación de la obra de Delibes en España y en español y su publicación en Francia y en francés. Aquí, paradójicamente, podemos decir que esa diferencia en el tiempo tiene una ventaja. Permite que se tome distancia respeto a una obra que los lectores franceses no pueden reducir a su aspecto de crítica social. Escribe Lepape: "Treinta años después de su redacción, la novela las Ratas, que ya no describe una realidad castellana vigente, aun tiene una violenta belleza que no debe nada a la realidad sino todo a la pureza de su escritura". Y añade: "Nini es un ser puro, una alma vieja en un cuerpo de niño enclenque, el descifrador privilegiado de todos estos ciclos, temporadas, fiestas religiosas, que los campesinos aguantan y de los cuales son servidores y presos. Es el único que sabe salvarse del círculo mágico y maléfico en el cual los aldeanos de este lugar sin nombre, y por consiguiente sin identidad, siguen encerrados desde su nacimiento hasta su muerte". La diferencia entre los años sesenta y los años noventa ha permitido que se valore lo universal en una obra que sin embargo es también una descripción de circunstancias locales, situadas en un espacio y un tiempo particulares.

Sin embargo, aun existían ciertas incomprensiones. Los aficionados a una literatura más realista y más política en su denuncia de la sociedad española no renunciaron. En el mismo Le Monde apareció, con motivo de la publicación de Los santos inocentes en francés en 1992, esta curiosa entrevista realizada por el periodista francés pero también escritor de origen español Ramón Chao:
- Pregunta: "La técnica de los Santos Inocentes no parece muy de acuerdo con el tema que usted desarrolla. ¡Qué pretensión, esta manera de poner en sus libros frases en itálicos y con mayúsculas en otro lugar que en los nombres y apellidos! ¡Esto no tiene sentido!
- Respuesta: "Los seis cuentos que componen esta novela son concebidos en forma de poema. El punto y otros signos convencionales de puntuación romperían la atmósfera que quería dar. Además, no veo por qué habría que respetar la tradición del punto y aparte y de la raya en los diálogos."
- Pregunta: "En los Santos Inocentes, como en la inmensa mayoría de sus obras, cierto fatalismo rige el destino de los personajes. Los desheredados, los desvalidos se refugian en el mutismo, en la soledad. Posiblemente Azarías, con su lenguaje defectuoso, es el símbolo de la incomunicabilidad (…) Perdone mi franqueza: ¿Sus personajes serán siempre unos pobres o unos imbéciles?"
- Respuesta: "No creo que existan fatalismo ni determinismo en mis libros.
Y añade el novelista con humor y un deje de melancolía:
- Pero es poco probable que todavía escriba novelas. La novela tiene una estructura compleja y empiezo a estar preocupado por el hecho de que debo conservar bastante cabeza para darme cuenta que estoy perdiendo la cabeza".

La obra de Miguel Delibes es fundamentalmente literaria y por tanto recurre a un único modo de conocimiento, el que permite la literatura. A saber: crear personajes vivos indagando en su propia memoria y eso significa dar vida a unos seres que han realmente existido y que a veces aún existen pero vistos a través del prisma de otra memoria: la de los recuerdos personales, íntimos, del escritor. Bien sabemos, porque el mismo autor lo ha declarado expresamente, que Miguel Delibes encontró en la vida real al Azarías, al Ratero y otros tantos personajes claves de su obra. Pero en el momento de restituir estas figuras claves por medio de su escritura, interfiere en su creación la necesidad de tomar en cuenta dos cosas esenciales: primero la coherencia del pequeño mundo que se está creando dentro de la novela en gestación pero también la adecuación de la figura del personaje retratado o de la circunstancia reseñada con el fondo de recuerdos aún vivos en la memoria íntima del autor. Cuando dice Delibes, refiriéndose al cambio operado en su manera de escribir y de concebir la literatura, que con su tercera novela, El camino, se ha depurado de sus excesos retóricos anteriores para escribir como habla, siendo fiel a sí mismo, quiere decir sin duda: "escribo escuchando en mí mi propio ser hablando en las etapas sucesivas de mi propia vida y también los miles de seres ajenos que han poblado mi alrededor y ahora permanecen vivos en mi mundo interior". Bien sabemos por ejemplo, después de la publicación de Mi vida al aire libre en 1989, que la creación del episodio del accidente de caza en el capitulo XII de El camino, cuando el padre del niño Daniel, el Mochuelo, le hiere en la mejilla con un perdigón rebotado de su escopeta, bien sabemos digo que esta creación es también rememoración de un episodio vivido por el autor en su niñez. Digo "también" porque si lo miramos con detenimiento el recuerdo está aquí presente pero las circunstancias pueden ir en direcciones contrarias. En ambos casos, el padre hiere el hijo en la mejilla. Pasado el susto, coinciden en que la cosa no es grave. Pero en la circunstancia real, al padre y al hijo el percance les produce un disgusto, sin más, y por fin ese pequeño accidente les permite reanudar una relación cómplice entre un hijo solitario y un padre que "no era muy niñero ni dado a demostraciones de cariño" según escribió el mismo novelista. Al contrario, en el episodio novelado, el padre casi llora de rabia porque: "¿que podía hacer él si había matado a su hijo, si su hijo ya no podía progresar?" Y cuando al acercarse ve que no ha sido nada: "soltó una carcajada nerviosa y se puso a hacer cómicos aspavientos". El padre inesperadamente cariñoso que se acerca al niño Miguel se convierte en la novela en padre grotesco del niño Daniel de quien se aleja aun más por dos razones: en primer lugar, porque se ríe de él sin ningún pudor y sin ningún respeto por su sensibilidad y en segundo lugar porque todo eso significa y manifiesta simbólicamente que Daniel, el Mochuelo, no tiene suficiente hombría. El hombre cumplido, su propio padre, con quien convive en su casa no lo toma en serio y el casi hombre con quien convive en la calle y en el campo, su amigo Roque, el Moñigo, tampoco lo tomará en serio porque Daniel, el Mochuelo, no podrá hacer orgullosamente ostensible su primera verdadera cicatriz que hubiera sido un signo formal de su virilidad. Este nimio episodio, aparentemente sin trascendencia, sólo tiene sentido si tomamos en cuenta varios niveles de comprensión. En cuanto a las relaciones entre padre e hijo, se trata de una diferencia fundamental entre las aspiraciones de un padre que quiere ver progresar a su hijo y un niño que quiere seguir viviendo en lo que es su paisaje natural. Pero se trata también de algo más profundo: las definiciones incompatibles del hombre cumplido que implican las dos vías diferentes, los dos caminos divergentes anhelados por el padre y el hijo. El padre encarna para su hijo un ideal que sin embargo le prohíbe imitar. La incomprensión es total pero no se manifiesta en palabras explícitas sino en un entramado de detalles y episodios que acaban por diseñar un esquema significativo. En esto reside el arte del novelista a diferencia del sociólogo o del psicólogo. La cicatriz frustrada se opone a las numerosas cicatrices exhibidas por su compañero Roque, el Moñigo, el único que tendrá derecho a manifestar una virilidad y hombría tradicional. Las escasas capacidades físicas de Daniel, el Mochuelo, contrastan con la fuerza casi leyendaria de Paco, el herrero, una y otras veces mencionada. Al fin y al cabo podemos leer también y sin exclusiva El camino, como una novela de aprendizaje, del aprendizaje de un tipo de virilidad propio de "un mundo que agoniza" encarnado aun por Roque, el Moñigo, totalmente imbuido en su paisaje natural pero respeto al cual Daniel, el futuro colegial, toma ya una distancia que le permite diseñar para si mismo y por consiguiente para el lector el retrato de un pequeño universo castellano que se puede equiparar al universo de los pequeños (por razón de su edad o por razón de su condición social) en todas partes, al menos de la Europa rural.

He insistido sobre este ejemplo por tres razones diferentes pero convergentes. Como lector francés de la obra de un autor español, pienso que es un sinsentido valorar la crítica social sin valorar las múltiples direcciones presentas en cada novela, del panorama social al recorrido vital y personal más íntimo. Como antropólogo, pienso que no basta con buscar en la obra delibeana varios catálogos de tradiciones, de expresiones (aunque hacerlo bien resulta muy útil e indispensable) porque lo más trascendente es ese modo de conocimiento imprescindible usado por el creador literario que a veces puede superar en su peculiar fulgor creativo y por tanto interpretativo las lentas, serias y acompasadas investigaciones de la ciencia social. Y por fin, como traductor quiero dejar claro que si he podido traducir al francés obras como Madera de héroe o El hereje es porque había leído y puedo añadir aprendido, asimilado antes El camino, Las ratas y Los santos inocentes, es porque casi en cada página del texto que traducía encontraba ecos de las creaciones anteriores, en cada personaje nuevo encontraba eco de un sentimiento íntimo vivido por otro personaje en otra novela y sin duda experimentado de cualquier modo por el autor, es porque al fin y al cabo en cada circunstancia local encontraba, encarnado, algo universal.

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[Mesa redonda de escritores : "Otras voces, otras lenguas :
Delibes desde la diversidad cultural española".
Carme Riera (Catalunya), Suso de Toro (Galicia), Xuan Bello (Asturias), Gustavo Martin Garzo (Castilla)]





 


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