Pasó con Delibes en Francia lo que pasó en otros paises europeos. Delibes es considerado, hoy en dÃa, como uno de los clásicos de la literatura española del siglo XX pero el camino ha sido largo y lleno de silencios distantes. La obra de Delibes compartió la suerte de la literatura española contemporánea en Francia : bién conocida y estudiada en los cÃrculos hispanistas universitarios, ausente de las librerÃas por falta de traducciones, al menos durante un perÃodo difÃcil que duró un cuarto de siglo : desde el inicio de los años Sesenta hasta bién entrados los años Ochenta, puede decirse que desde el momento en que los exiliados supieron que lo de Franco durarÃa, hasta el momento en que los intelectuales franceses se percataron de que España era un gran paÃs moderno y europeo.
Sobre la primera etapa de la recepción de Delibes en Francia, el testimonio de Juan Goytisolo en sus memorias es muy útil. El joven escritor exiliado « se afincó » en la entonces muy prestigiosa editorial francesa, Gallimard, donde encontró su amiga (y luego esposa) Monique Lange y el gran traductor y descubridor de nuevos talentos, Maurice-Edgar Coindreau. Unas páginas de Los Reinos de Taifa, dan fé de la voluntad de Gallimard de dar a conocer la joven literatura española de la posguerra, la « del interior » y no unicamente la literatura del exilio : « En mis cortos viajes a España en febrero y agosto de cincuenta y siete, habÃa expuesto a los escasos periodistas amigos que colaboraban en la prensa oficial los proyectos editoriales de Gallimard : nuestra labor de difusión en Francia de las novelas más destacadas publicadas últimamente en la PenÃnsula. La lista de obras contratadas incluÃa a una buena docena de autores representativos de las distintas corrientes narrativas de la posguerra - Cela, Delibes, Ana MarÃa Matute, Sánchez Ferlosio, Fernández Santos, etc. ». Esta iniciativa fue acogida con desconfianza y cautela por parte de algunos escritores no seleccionados quienes comenzaron a expresar su malhumor en la prensa española. Sin embargo, Goytisolo prosiguió su labor de asistente de Dyonis Mascolo en Gallimard y su colaboración con Maurice-Edgar Coindreau. Por espacio de una década la editorial publicó una veintena de novelas. Entre ellas las versiones francesas de Mi idolatrado hijo Sisà en 1958 (traducida por el profesor de la Sorbonne J.-F. Reille con prefacio de Coindreau), El camino en 1959 y La hoja roja en 1962 (traducidas por el propio Coindreau). En julio y agosto de 1959, invitado por el Congreso por la Libertad de la Cultura, Miguel Delibes viajó a Paris donde encontró sus editores y traductores. Coindreau, hispanista convertido a la literatura de Estados Unidos habÃa « descubierto » y traducido Dos Passos, Hemingway, Caldwell y sobretodo Faulkner cuando introdujo Delibes en Francia (« La literatura americana es la literatura Coindreau » decÃa Sartre). La prensa comentó en términos favorables las obras traducidas pero su carrera comercial fue un fracaso.
Ese encuentro-desencuentro de los años Sesenta se puede entender de varias maneras. El naciente boom hispanoamericano pronto mobilizó las editoriales, los traductores y los lectores quién acabaron por olvidar los entonces jovenes españoles. Goytisolo da una explicación más radical, como de costumbre : « La atención prestada a España por las editoriales francesas ha sido casi siempre mezquina, desenfocada e intermitente. Fuera del caso especial de GarcÃa Lorca, glorificado ab initio con el lanzamiento de sus obras completas, ni los autores más representativos del Noventa y Ocho ni de las generaciones sucesivas de antes y después de la guerra habÃan alcanzado en los años cincuenta una mediana difusión ni eran objeto de una traducción selectiva y correcta ». Cuenta cómo recibió llamadas telefónicas de revistas culturales preguntando por « ese novelista español a cuyo entierro habÃa asistido Hemingway » cuando murió Baroja y cómo se concedÃa en los periódicos la nacionalidad mexicana a Galdós cuando se estrenó la pelÃcula de Buñuel sobre NazarÃn… Otra explicación válida puede ser el hecho que en Francia hay muchos hispanistas. No lo digo solamente en broma. La gente que sabe mucho de España y de su literatura no necesita traducciones. Prueba de ello es que en las universidades estudiaron la obra de Delibes durante ese cuarto de siglo de silencio editorial. Incluso podemos encontrar traducciones, hechas por algunos estudiantes, durmiendo en las estanterÃas de las bibliotecas universitarias : sólo eran ejercicios. Ello es hasta cierto punto normal y no se les puede reprochar a los que siguieron admirando al escritor vallisoletano. Esto no impide cierta amargura y nos hace recordar las palabras de otra vallisoletana, Rosa Chacel, en AlcancÃa, su diario del exilio. Está en ParÃs durante el verano de 1962 y hace ya un més que espera una respuesta de los hispanistas que la recibieron con entusiasmo en la capital francesa. El sábado 20 de junio apunta : « Aubrun me dijo, como conclusión, que ‘los hispanistas no son hispanófilos’. Me lo dijo, entre otras lindezas, en un arranque de sinceridad. Aunque no me lo hubiera dicho, yo habÃa podido percatarme del desprecio fenomenal que tienen los franceses por la intelectualidad española ». En 2003, Rosa Chacel, « personalidad mÃtica entre los novelistas del exilio » como podemos leerlo en varias historias de la literatura española en francés aun espera las traducciones que le prometieron en 1962.
Una imagen nos puede hacer comprender una razón más profunda : al final de los años Sesenta, el General De Gaulle viajó a Madrid para encontrar al GeneralÃsimo Franco. André Malraux, su ministro de cultura, combatiente de la Brigadas Internacionales y autor de L’Espoir no protestó pero no quiso entrar en la España franquista. Se dejó fotografiar leyendo, tumbado en una butaca, en la cubierta de un navÃo parado, mar adentro pero cerca de la costa española que uno podÃa divisar en la lejanÃa. Esa alegorÃa viva de la intelectualidad francesa rehusando todo contacto oficial con la España de posguerra la compartÃamos todos : los buenos estaban fuera, luchando por el futuro y nada bueno se podÃa esperar de los de dentro quienes seguÃan vivos donde no se podÃa vivir. Asà nos perdimos tantas obras que descubrimos con veinte años de retraso.
La segunda etapa de la recepción de Miguel Delibes en Francia, me parece que no fue inaugurada por la literatura sino por el cine. Fue el éxito de la pelÃcula rodada en 1983 por Mario Camus sobre Los santos inocentes, galardonada en el Festival de Cannes en 1984 (premio de interpretación ex-aequo concedido a Paco Rabal y Alfredo Landa) que despertó el interés del público francés quién la pudo admirar en 1985. Descubrió una España conforme a la que imaginaba : « una oligarquÃa campesina de residuos feudales » con algo de maniqueÃsmo pero también un mundo, el mundo delibiano, « donde la justicia, o la rebelión contra los atropellos de la oligarquÃa no parte de un colectivo, del pueblo, como en no pocas obras literarias, sino de la mano de un ‘inocente’, de un ‘idiota’, de AzarÃas, que ahorca el señorito Iván porque ha matado de un tiro a su milana. Sin duda el tirano está pagando por todos los abusos cometidos, pero la sutileza de Delibes está en concentrarlos en la muerte banal y gratuita del pájaro y dejar la venganza a la iniciativa del tonto AzarÃas. A esto es a lo que llamo justicia poética, porque en Delibes no se vengan los pobres, sino los tontos y los ángeles » (Francisco Umbral). Esa poesÃa, los lectores esperaron siete años más para poder leerla. Se habló de Delibes a propósito de la pelÃcula de Mario Camus. Se le presentó como « uno de los grandes escritores españoles del siglo ». El 6 de diciembre de 1985, en ParÃs, el ministro de cultura francés, Jack Lang, le nombró Chevalier de l’Ordre des Arts et des Lettres de la República Francesa pero su obra quedó sin traducir… En 1988, por fÃn, sale Cinco oras con Mario, traducida por Anne Robert-Monier en la Découverte. El triumfo, en España, de la versión teatral de la novela puede explicar el porqué de esta primera traducción « moderna », lejos de la Trilogia del campo. Los crÃticos hablaron de un autor quién, después de sus primeras novelas en las cuales dibujaba con realismo, humor, ternura y poesÃa, la vida de la gente humilde, de los marginados y sobretodo de los niños « inocentes » viviendo en una relación « mágica » con la naturaleza, ampliaba su análisis, tomando en cuenta el conjunto de la sociedad española bajo el franquismo. Otra vez se habló de Delibes como de un escritor ineludible pero el libro encontró escaso éxito, debido en parte a la traducción, exacta, pero que no entraba en la lengua de la novela, en el tono delibiano.
Las cosas cambiaron cuando Verdier, una editorial provinciana y parisina a la vez, es decir cercana al mundo literario pero con la distancia de una casa independiente, creó su propria collección de literatura española, dirigida no por un profesor de lenguas y literaturas sino por un historiador hispanista, aficionado a la literatura, de la Universidad de Montpellier. Rafael Carrasco y Verdier llamaron la collección « otra memoria ». Su intención era recuperar textos indisponibles y grandes autores olvidados ofreciéndoles a un nuevo público francés, con traducciones nuevas, aun cuando existÃan versiones más antiguas pero desfasadas. Es asà como publicaron obras de PÃo Baroja, Jesús Fernández Santos, Gabriel Miró, Rafael Sanchez Ferlosio y Llorenç Villalonga. Junto a estos casi clásicos, Verdier inició la publicación de jovenes autores desconocidos como Manuel DÃaz Luis, Sonia GarcÃa Soubriet, Montserrat Roig y sobretodo Julio Llamazares, quien encontró un éxito inmediato con Luna de lobos y La lluvia amarilla. La importancia de Delibes dentro de este abanico es algo especial. Escritor « clásico » conocido pero no leÃdo en francés, se cambió en un autor aun por descubrir. Todo empezó con la traducción de la TrilogÃa del campo : por fÃn se podÃan leer los textos que habÃan inspirado pelÃculas como Los santos inocentes. El público (y algunos crÃticos) descubrió que se trataba de algo más que una descripción realista o, al contrario, una mera metáfora de la España oprimida : una « visión de la realidad a la medida del habla particular de un protagonista » (Gonzalo Sobejano). Y eso lo debemos a las traducciones de Rudy Chaulet, otro historiador hispanista. Hijo de obreros parisinos y pariente de campesinos borgoñones, fue tan atento al lenguaje de los personajes de Delibes como a sus aventuras y desventuras : « mis orÃgenes sociales muy populares siguen viviendo en mà y, a pesar de mi amaestramiento universitario, aun escucho el lenguaje de los mÃos, cada dÃa lo hablo, es mi música interior » (comunicación personal). Es asà como lejos del francés magnÃfico pero demasiado pulido de la primeras versiones de Maurice-Edgar Coindreau, la escritura de Delibes ha recuperado su tono particular y ha encontrado su verdadera traducción en francés.
Los crÃticos y la prensa comentaron en términos favorables las versiones francesas de Las ratas (1990), Los santos inocentes (1992) y El camino (1994). En 1991, el catálogo « Les écrivains d’Espagne » publicado por la red de librerÃas « L’œil de la lettre », un inventario exhaustivo de autores con al menos una traducción al francés, presentaba Delibes como uno de los 25 « grandes » quienes merecÃan una página especial entre los 230 autores mencionados (aunque cambiando su nombre por Mario Delibes, sin duda a raÃz de la publicación de Cinco horas con Mario !). En 1995, se convirtió en uno de « los tres grandes clásicos » vivos (Cela, Delibes, Torrente Ballester) según Le Magazine Littéraire : « Espagne. Une nouvelle littérature : 1975-1995 ». Claude Couffon le nombraba « Jefe del ‘realismo social’ propio de los novelistas contestatarios de la época franquista. A veces ha sido considerado como demasiado clásico por parte de la literatura actual que quiere ser a todo coste innovadora… Aficionado a su Castilla natal, Miguel Delibes hizo de ella el escenario de todas sus novelas, muy famosas en España. Su visión es una visión tradicional del paÃs pero también una visión crÃtica, la cual se desarolla a través de una obra abundante que exalta la vida natural y se presenta como profundamente ecológica ». Al salir la traducción de Las ratas, el periódico Le Monde habÃa titulado la reseña de la novela : « Castilla inmóbil », a pesar de lo que rezaba el artÃculo de Pierre Lepape : « Treinta años después de su redacción, Las ratas ya no describe una realidad castellana pero conserva su violenta belleza que no tiene su origen en la realidad sino en la pureza de la escritura ».
Obra realista u obra poética ? Pudo notarse otro cambio con la publicación de la nueva traducción de El camino por Rudy Chaulet. Por varias razones. Al igual que en otros paises europeos, fue la novela que recibió la mejor acogida. Ese mismo año 1994, Miguel Delibes fue galardonado con el Premio Cervantes y se estrenó en ParÃs la versión teatral de Las guerras de nuestros antepasados. La traducción era de Albert Bensoussan, quién habÃa subrayado de antemano cuán difÃcil era el ejercicio, durante el Curso de Verano de El Escorial en 1991 : « Lo que sà se perderá, y es inevitable, es el lenguaje en cuya recuperación dije que se empeñaba Miguel Delibes. Que le vamos a hacer ? Toda traducción es sino una traición - no tanto - una modificación, y es lo que llamé transposición ». En noviembre, Miguel Delibes viajó a ParÃs con motivo del estreno de la obra en el Théâtre de Nesle. Fue entrevistado por varios periodistas sobre su obra pero también sobre su vida, lo que motivó una revisión de la figura del escritor afincado en un mundo rural paseista. Se habló más bién del director de El Norte de Castilla. Incluso La Croix, periódico católico liberal le llamó no solamente « Gran Personalidad de la República de las Letras » sino también « Gran Personalidad de la Democracia » en un artÃculo titulado : « España : los combates de Miguel Delibes ». Casi veinte años después de la muerte de Franco, los franceses descubrÃan otras formas de resistencia contra la dictadura.
Este aggiornamento en la recepción por el público galo de la personalidad de Miguel Delibes abrió camino a la publicación de la obra delibiana más allá de su siempre magnÃfica y magnificada « obra rural ». « Drama rural, crónica urbana » ha escrito Francisco Umbral a propósito de « las dos grandes parcelas de la narrativa de Miguel Delibes » pero me siento más bién de acuerdo con José Jiménez Lozano, cuando apunta que « la ciudad provinciana es simplemente un ‘habitat’, y el narrador no hace nunca de ella otra cosa. El ojo depredador (del narrador urbano) va directo al corazón de los hombres, que nos descubre al narrarnos su aventura, o a la herida enquistada en la sangre de generaciones como vemos en PacÃfico Pérez ». Me animó este espÃritu cuando traduje El loco en 1995 y Señora de rojo sobre fondo gris en 1998. En estas novelas el drama no tiene nada de urbano. Todos los personajes viven en su territorio, el de sus historias : « No ha habido una simple operación de travestimiento, sigue Jiménez Lozano, como en las llamadas novelas ‘en clave’ : estamos ante personajes literarios que son ellos, y viven en territorio delibiano : toda una geografÃa de lo real-imaginario o de lo imaginario-real que no es de los menores hallazgos de esta escritura, porque es un territorio entero que emerge al ser nombrado, según va siendo recorrido ». Los crÃticos y los lectores aceptaron el descubrimiento de esos nuevos territorios delibianos, además de « la Castilla de Delibes » presenta otra vez en La mortaja (1998) y Viejas historias de Castilla la Vieja (2000) traducidas por Rudy Chaulet. El hereje, de cuya versión francesa me hize cargo, salió también en 2000, a poco tiempo de su publicación y de su éxito fenomenal en España. Por primera vez, la traducción de una obra de Delibes seguÃa immediatamente la salida de la versión original. Nunca es tarde si la dicha es buena ! Cuando se trató de rodar una serie de documentales sobre los autores más importantes del mundo para hacer memoria de la literatura del siglo veinte en el año 2000, el productor de dicha serie escogió a Delibes como uno de los tres representantes de España en un conjunto de más de 300 escritores. La pelÃcula, dirigida por Jean-Michel Mariou, fue rodada en Valladolid y en Sedano [
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